Razones hay muchas, dicen expertos. Conexiones a internet inestables que impiden encenderlas, la verguenza de mostrar un espacio personal hasta el miedo de que ese video se replique en redes sociales. Pero también es un asunto de forma: la virtualidad agota.
Para muchos profesores es una experiencia conocida, clases en línea, pero con todas o casi todas las cámaras de sus estudiantes apagadas. Es el modus operandi del aprendizaje virtual.
Varios asistentes ya sea por Meet, Zoom u otra plataforma, se niegan a encender sus videos. Para las y los académicos es un tema complejo. ¿Deberían los alumnos prenderla toda la clase? ¿Deberían encenderlas por cortesía y saludar al inicio de la clase? ¿Influye en el aprendizaje? ¿Puede ser obligación?
No es el primer cambio social que plantea dudas sobre cómo manejarlo, señala en un artículo Jeff Hancock, director fundador del Stanford Social Media Lab, centro especializado en la comprensión de procesos psicológicos e interpersonales en las redes sociales. “Cuando tuvimos ascensores por primera vez, no sabíamos si deberíamos mirarnos o no en ese espacio. Más recientemente, el viaje compartido ha planteado dudas sobre si se habla con el conductor o no, o si debe sentarse en el asiento trasero o en el asiento del pasajero”.
En todos esos casos, añade Hancock, se desarrollaron modos para que funcionara. “Ahora estamos con las videoconferencias, y comprender los mecanismos nos ayudará a comprender la forma óptima de hacer las cosas para diferentes entornos, diferentes organizaciones y diferentes tipos de reuniones”.
Cámaras apagadas
Acostumbrarse a enseñar con pantallas en negro ha sido el desafío de Alejandra Muñoz, profesora universitaria. Solo ve los nombres de los alumnos e interactúa con ellos las pocas veces en que hablan. “Por las plataformas no los veo a todos al mismo tiempo, tengo que buscarlos para hablar con ellos”, comenta.
Los primeros días, dice Alejandra notó que sus estudiantes intentaban prender las cámaras. Pero eso hacia inestable las conexiones “y muchos usaban sus datos móviles, por lo que se consumían rápidamente”, dice. El resultado fue que dejaron de encenderlas.
Varios asistentes ya sea por Meet, Zoom u otra plataforma, se niegan a encender sus videos. Para las y los académicos es un tema complejo. Foto: Reuters.
Macarena Fuentes, profesora en Educación Básica en las asignaturas de ciencia y matemáticas, hace clases a estudiantes de 4 año básico, y cuenta que el año pasado muy pocos prendían las cámaras en clases on line. “Como era un sistema nuevo no les exigía mucho, pero ahora se les pide que las activen. Pocos son los que no las prenden, de 28 niños 6 a 7 no las prenden”, dice.
El video activado ayuda a ver cómo trabajan, dice Macarena. Son ramos con muchos ejercicios y por eso les pide que las enciendan. “Quienes no las prenden me dicen que es por un tema de internet. Me dicen ‘tía no prendo la cámara porque se pega’, eso dicen muchos, otros, los más sinceros me dicen ‘tía me da vergüenza’”.
Alejandra admite que se dio cuenta que varios no tienen un espacio para estudiar, comparten living, comedor o pieza con otras personas que estudian o teletrabajan. Por eso, dice, “no se puede forzar a que las prendan, porque implica que muestren un espacio personal que no necesariamente quieren o pueden mostrar”.
Puede haber razones de distinto orden detrás de una cámara apagada, dice Magdalena Müller, directora de pregrado de la Facultad de Educación de la UC. La más frecuente, dada tanto por estudiantes del sistema escolar como de Educación Superior, son los problemas de conexión. También hay quienes sin tener problemas de conexión prefieren mantener su cámara apagada, indica, “para resguardar su privacidad o por no contar con un espacio cómodo o privado para conectarse”.
Muchas razones no pasan ni siquiera por uno no querer, dice Patricio Abarca, director de la Escuela de Educación de la Universidad Mayor, sino por falta de condiciones. Prender la cámara es un acto de mostrar el espacio privado del hogar y “muchos estudiantes conviven en espacios con múltiples personas, por lo que prender una cámara puede resultar incómodo”.
No es fácil, estudiantes y profesores tuvieron de repente que dejar que desconocidos vean sus hogares, sus espacios más privados.
Hay otro punto, no menos importante que Alejandra detectó: la vergüenza on line. El año pasado en un curso donde solo dos personas de 40 respondían y activaban el video, conversaron y una fuerte razón para no hacerlo era la vergüenza. “Me dijeron el miedo al ridículo y las burlas, porque la clase queda grabada y eso los hacía quedarse callados porque no sabían quién o qué se podía hacer con el video”.
Muchas de estas plataformas en línea no son seguras. Lo demuestran los “zoombombers” que se infiltran en clases compartiendo desde pornografía a otro contenido que las interrumpe. A su vez, por redes sociales se han compartido fragmentos de clases en línea en tono de burlas e humillación, como la imagen un alumno que se quedó dormido con la cámara prendia o el profesor que mostró a su esposa desnuda por error mientras daba clases.
¿Obligar?
La cámara apagada, dice Müller, es un obstáculo para la construcción de vínculos que favorezcan ambientes de confianza en los que estudiantes se sientan seguros para interactuar.
Las clases sin rostro y muchas veces sin voz, carecen de los beneficios lingüísticos que se dan, por ejemplo, al ver el rostro de alguien mientras nos habla. Al mirar de frente es posible leer su rostro y comprender mejor la entonación, el tono y el significado de lo que comunica.
Alejandra optó por pedirles si podían poner una foto para asociar un nombre con un rostro, “pero sin afán persecutorio”, dice. Les explicó que parte del vínculo de una sala de clases y la universidad se pierde con las clases virtualizadas. “Un día voy a pasar junto a ellos en la calle, me van a saludar y no voy a saber quién es. Creo que eso, por lo menos para quienes creemos que el vínculo con la otra persona es fundamental, es muy triste”, señala.
Las cámaras apagadas generan falta de conexión. El lenguaje corporal es muy importante al establecer una interacción para el aprendizaje, explica Abarca: “Uno como docente requiere monitorear las respuestas verbales y no verbales de los estudiantes. Por esta razón es relevante que podamos incentivar, entendiendo siempre que muchas veces existen razones de fuerza mayor para no prenderlas”.
Müller destaca que lo más importante es poder transmitirle a los y las estudiantes el sentido de las cámaras encendidas, que favorece el poder establecer un vínculo. Las experiencias de aprendizaje no dependen exclusivamente del profesor, sino que, de todos los participantes, “por lo tanto encender la cámara es una señal de querer ser parte de esa experiencia”.
Las clases sin rostro y muchas veces sin voz, carecen de los beneficios lingüísticos que se dan, por ejemplo, al ver el rostro de alguien mientras nos habla.
No se los puede obligar a encenderlas agrega Macarena. “En todo momento les digo que las prendan, pero es una invitación a encenderlas para ayudarlos en sus ejercicios. Pero si alguno no lo hace, no lo reto, muchos no tienen un espacio para estar en clases”. De todos modos, reconoce es más fácil con alumnos pequeños. En los cursos más grandes sus colegas le cuentan que ya no saben qué hacer para que participen, “hacen clases y están todas las cámaras apagadas y no saben si los alumnos están presentes o durmiendo”.
Fatiga on line
Para los profesores resulta altamente desafiante reformular sus clases para un formato remoto. Además de tener que facilitar nuevas vías de interacción, ajustar las metodologías para favorecer oportunidades de aprendizaje desafiantes, “se hace especialmente difícil lograr generar vínculos con los estudiantes y que estos a su vez generen vínculos entre ellos”, indica Müller.
Y otro elemento aporta a esa dificultad: la virtualidad cansa. Scott Debb, presidente del programa de maestría en ciberpsicología de la Universidad Estatal de Norfolk explica en un artículo que la gran cantidad de lenguaje corporal que se debe traducir en una clase on line agota a los estudiantes. “Estamos gastando mucha energía mental en llenar estos espacios en blanco no verbales, y estamos agotando nuestros recursos mentales para prestar atención, para descubrir en qué podemos contribuir a la reunión”.
Una sensación que se incrementa al ser mirados mientras también se miran a sí mismos. Jeremy Bailenson, investigador del Stanford Social Media Lab indica que esa “mirada constante” puede llevar a una mayor atención, pero con un costo, incomodidad. En un artículo en la revista Technology, Mind and Behavior explica que los videos prolongados contribuyen a la sensación comúnmente conocida como “fatiga del zoom”. Tal cómo indica Bailenson “la videoconferencia es algo bueno para la comunicación remota, pero piense en el medio: el hecho de que pueda usar video no significa que tenga que hacerlo”.
Verse a sí mismo en un video constantemente en tiempo real, fatiga. Es antinatural, dice Bailenson. “En el mundo real, si alguien te sigue con un espejo constantemente, de modo que mientras hablas con la gente, tomas decisiones, das retroalimentación, recibes retroalimentación, te miras a ti mismo en un espejo, sería una locura. Nadie lo consideraría jamás”.
Muchas investigaciones muestran consecuencias emocionales negativas del efecto “espejo”. El investigador recomienda que las plataformas cambien la práctica predeterminada de transmitir el video tanto a uno mismo como a otros, cuando solo es necesario enviarlo a otros, para evitarlo.
La comunicación no verbal es natural. Se interpretan de forma natural gestos y señales no verbales de forma subconsciente. Pero en las clases on line, nuestro cerebro trabaja el doble para enviar y recibir señales, otro elemento que se suma a las razones para no prender la cámara. “Tienes que asegurarte de que tu cabeza esté enmarcada dentro en el centro del video. Si quieres mostrarle de acuerdo, debes asentir exageradamente o levantar el pulgar. Eso agrega carga cognitiva“, dice Bailenson.
En una clase o reunión normal, las personas mirarán al profesor, toman notas, etc. Pero en las de Zoom, todo el mundo está mirando a todo el mundo, todo el tiempo. La cantidad de contacto visual aumenta dramáticamente.
“La ansiedad social de hablar en público es una de las mayores fobias que existe en nuestra población”, dice Bailenson. “Cuando estás parado allí y todos te miran, es una experiencia estresante”.
Además, cuando la cara de alguien está tan cerca de la nuestra en la vida real, cómo se puede ver en una clase en línea, nuestro cerebro lo interpreta como una situación intensa que va a llevar al apareamiento o al conflicto, dice Bailenson: “Lo que está sucediendo, en efecto, cuando estás usando Zoom durante muchas, muchas horas, es que estás en un estado de hiperexcitación”.
Fuente: www.latercera.com